17 septiembre 2006

De la nocturnidad (con alevosía)

Bueno, qué contar de esas noches isleñas, que comparadas con lo extraño de la gente y el ambiente, son mucho más extrañas aun.
Bien, no voy a negar que no sabía nada de lo que me esperaba, pero aun así me cogió por sorpresa. Acostumbrado uno a las guitarras, al baile fácil, en suspensión, sin muchas florituras ni giros ni adornos, como primer contacto me encontré con un ambiente totalmente desconocido. Si mi cabeza se sorprendío por verse asaltada por una gorra, imaginaos mis pies al verse enfundados en unos zapatos. Que tropelía. Los pobres me suplicaban y me demostraban el desprecio que sentían por semejante envoltorio brillante descargando unas curiosas punzadas de dolor, lo que en principio me hacía andar como si de repente mis piernas fuesen accionadas por un mecanismo hidráulico, como a leves impulsos. Y debo reconocer que se portaron como unos campeones. Al cabo de una hora parecían haberse resignado, o igual yo ya me había acostumbrado al dolor...
Después de disfrutar de un refrigerio en la calle, me arrastraron, sin estar yo del todo convencido, a una discoteca. Pero no una cualquiera... Una discoteca de salsa. Para mí que la salsa se reduce a poco más que Celia Cruz. Y allí estaba yo. Viendo a la gente hacer torsiones de cadera dignas de un hombre de goma, con mis caderas prácticamente inmóviles, sufriendo al pensar que yo tendría que imitar un movimiento parecido, lo que podría provocar lesiones graves. Después de un rato y un notable estado de embriaguez opté por adaptar mi estilo a esa música tan rara, con Celia Cruz observándome al fonso, imagino que con cara, cuanto menos, de curiosidad. La verdad es que no estaba yo como para ver nada, y mucho menos para fijarme en mis movimientos. Así que podréis imaginaros lo curioso que les debió parecer un tío blanquito, con caderas inmóviles y pies extrañados de llevar zapatos, dando saltitos frenéticos, cuando solo era necesario retorcer la cadera.

14 septiembre 2006

De los chicharreros en su hábitat

Chicharrero: dícese del que vive en Tenerife. Curiosejo. Y todo viene por un pez, que los tinerfeños pescaban con fervor, casi con avaricia. Así también están los conejeros, de Lanzarote, por el mismo caso (bueno, por todos es sabido que los conejos no se pescan). De estos gentilicios podemos deducir un poquito el ambiente social... Se podría decir despreocupado, y de hecho lo digo. Es un paraiso del despiporre. Y tienen una ventaja sobre nosotros: el botellón es legal! Y ya no digo que dejen beber a la gente en la calle. Va más allá. Puedes ir a una tienda a comprarte el pack botellón, compuesto por la botella de alcohol, el hielo y los vasos. Nada de esa cutrería de llevarse el cubata hecho de casa. Así luego la gente... va como va.
Otro hecho curioso es la historia de la isla. El mismo nombre viene del berever (habitante de Tenerife). Y cómo se las gastaban los tíos. Qué recursos... A finales del s. XV se fueron los castellanos con chulería a echar a los guanches, pero los tíos los echaron a pedradas. Pa qué más... Claro, que a la segunda fue la vencida, y los castellanos no dejaron títere con cabeza. De ahí los guanches a tomar viento, su cultura con ellos y aquí paz y después gloria (cristiana, of course).
Bueno, y como último apunte histórico, cabe decir, que los ingleses intentaron la conquista. El conocido almirante Nelson se fue a Tenerife con chulería, a desembarcar al muelle de la abuelita de H. Con confianza, sin miedo, como buen inglés. Después de intentarlo tres veces, va el tío a bajar del barco y le vuelan el brazo de un cañonazo. Eso le dio que pensar y decidió volverse a casa, con su brazo en un paquetico.

Nuevo resurgir. De vuelta de la tierra prometida.

Bueno, amigos. Aquí estoy de vuelta, tras esta larga ausencia, para nada justificada. Simplemente, falta de tiempo... Ya casi olvidados los días de vacaciones, y aun deseando volver. Pues sí. He descubierto las islas afortunadas. Curioso mundo (mundo aparte). Hace ya un mes H y yo salimos borrachos, entrenados ya en la costumbre, para lo que iban a ser unos días en maceración. Aun temeroso de que mi mente no fuese capaz de asimilar tantas novedades y soprendido mi cráneo de llevar una gorra encima. La primera impresión... una especie de alucinación por ver un sitio tan diferente, tan negro. Porque si hay que definir Lanzarote, lo primero que se me ocurre es negro. Y al llegar a tierra y conocer a los habitantes del nuevo planeta, aun te extrañas más. Acostumbrado yo a que la gente (incluso mis propios vecinos) no se dignen ni a mirarte a la cara, de repente la gente te empieza a saludar como si te conociera de toda la vida, como si fueran una colonia de buenrrollistas. Y claro, uno ante tanta simpatía, se asusta. Llegas a pensar en que se ríen de tí, o que quizás planean quedarse con tus órganos... Pero no. Lo curioso es que es de lo más natural.
Una vez acostumbrado a la gente, viene el tema animal irracional. Lógicamente, en verano, lo primero en lo que piensas es en bañarte en esa playa (negra) con arena fina (y negra). Te lanzas sin miramientos, y de repente alguien te dice: "Si pisas algo viscoso, retira rápido el pie". Joder! Yo lo más que piso en la playa es un trozo de plástico, o esquivo algún mojón que se desplaza amenazante a la deriva. Pero no. Hablamos de peces en serio. Descuídate, y tienes opciones de perder un dedo o verlo augmentar 10 veces en tamaño. Pero en fin, allá donde fueres...
Pero aquí no acaba todo. Imaginaros lo que es andar por un suelo de piedra pómez, pero sin pulir. Digamos que viendo a un faquir puede parecer fácil, te concetras y listo. Pero yo con mi absurda confianza y mis pies finos y delicados me desollé los pies hasta decir basta. Así que pensad en la estampa: quemado por el sol, con los pies desollados, acostumbrándome al acento y a las costumbres. Menos mal que todo acaba arreglándose. Mi mente fue capaz de asimilarlo todo y salí reforzado de semejante prueba, y puedo decir que la isla ya es uno de mis sitios favoritos.