18 diciembre 2006

Frío, lluvia y rarezas antropológicas

Aclimatados (si es que uno se aclimata a eso) a tantas inclemencias meteorológicas y a una noche de ruidos extraños y calles deshabitadas, nos levantamos del catre animados y calentitos (gracias a que el Sr. Turbio descifró el difícil procedimiento de poner en marcha la calefacción, todo sea dicho), decidimos ir a abastecernos de víveres a Betanzos y luego hacer una visitilla a A coruña, para no empezar con sensaciones fuertes.
Después de un frugal desayuno y los preparativos previos necesarios (véase nuestro inseparable termo y toneladas de ropa de abrigo), nos metimos en el coche y pusimos en marcha a nuestra sudamericana sintética (la de verdad ya se había puesto en marcha sola).
En Betanzos, un pueblo grandecito y con encanto, tuvimos nuestro primer contacto con las gentes. Dejamos a doña Xerba negociando por unas lechugas y unos tomates, con el Sr. Turbio de vigía, y Contimás y un servidor nos fuimos directos a por un par de tetillas (si es que tiran más...).
Luego decidimos que no solo de campo se alimenta el hombre, y menos si es de ciudad, y dejamos a la pareja de las hortalizas haciendo unas compras en un supermercado, mientras Contimás y yo observábamos el devenir de los parroquianos, de pies más ligeros de lo que cabía esperar, saludándose unos a otros. -Qué bonitas esas fachadas-, -cómo se parecen aquí todas las abuelas-, -si que tardan, no?-. Fíjense en las cosas que se fija uno cuando tiene frío y espera. Al borde de nuestra hipotermia, llegaron los compradores, y nos fuimos a tomar un tentempié calentito, para recuperar nuestras extremidades entumecidas. Comoo cuatro extrangeros, curioseábamos, hacíamos alguna foto... en fin, lo típico. Miss Xerba, con más pinta de foránea que ninguno, decidió pedir a un transeunte con poca prisa que nos sacara una foto. Un hombre relativamente joven, de andar tranquilo, que si titubear le espetó un no severo a la pobre, que se quedó consternada. Hasta el punto que le preguntó -No?- con voz de pena, a lo que el individuo ni se dignó a contestar. Al final, una señora con el brazo en cabestrillo nos inmortalizó, encantadora ella.
Recuperados del shock, nos fuimos a coger nuestro coche, rumbo A A Coruña.

17 diciembre 2006

Viaje a lo desconocido

Bueno, después de mi habitual hibernación (escribo poco para no perder la esencia), vuelvo para relataros los pormenores del viaje de los Cuatro Magníficos a lo más profundo de la tierra de la empanada (Galicia?). Para pasar este viaducto vacacional, decidimos A (alias Doña Xerba), S (alias Sr. Turbio), H (alias Contimás) y un servidor (del que ya conocen el alias) irnos a conocer el cuernecito noroeste de nuestra hermosa piel de toro. Y qué mejor momento para ir al norte que en pleno invierno, con temporales, vientos huracanados e inundaciones.
Días antes había preparado yo una ruta tradicional, a la antigua usanza, con mapas en papel. No os dejéis engañar. Ese coche parecía una nave espacial; MP3, GPS, viodeocámara digital, cámaras de fotos... Vamos, que igual poríamos haber optado por ensamblarnos a la estación espacial internacional y no hubiésemos notado mucho el cambio.
Al llegar a Zaragoza, mi plano en papel empezó a fallar. Una vez perdida mi dignidad como guía natural y conductor, y un intermitente del coche, decidimos conectar nuestro localizador, y una voz de mujer, quizás mexicana, quizás argentina (no lo vimos claro), con tono erótico, preorgásmico incluso, nos guió sin problemas hasta el destino. La verdad es que los ratos en que no oía su voz (la única cuando los demás Magníficos dormían babeando los asientos, o los enturbiaban con sus pensamientos) la echaba de menos, y aun ahora, cuando conduzco, pienso que en cualquier momento me va a pedir que gire a la derecha...
En fin, tras varias visitas y paradas, playas paradisíacas escondidas, ciudades que nos miraban de reojo (con ojos tentadores), varios sonidos guturales y risas varias, llegamos al Concelho de Curtis. En este pueblo preguntamos por Cesuras, nuestro destino final. Un chico con acento curioso y mejillas rojas (digo ésto porque allí es algo común), nos indicó, asegurándonos que no tenía pérdida. Una hora después estábamos en medio de un bosque de eucaliptos, sin luz, perdidos, temiendo que en cualquier momento apareciese un hombre de mejillas sonrojadas, hacha en mano, a contarnos a cachitos para hacer cocido. Pero no, seguimos enteros, hasta el pueblo, y allí nos recibió una casa espectacular, y los entrañables C y E, que nos prepararon una cena digna de reyes.