Frío, lluvia y rarezas antropológicas
Después de un frugal desayuno y los preparativos previos necesarios (véase nuestro inseparable termo y toneladas de ropa de abrigo), nos metimos en el coche y pusimos en marcha a nuestra sudamericana sintética (la de verdad ya se había puesto en marcha sola).
En Betanzos, un pueblo grandecito y con encanto, tuvimos nuestro primer contacto con las gentes. Dejamos a doña Xerba negociando por unas lechugas y unos tomates, con el Sr. Turbio de vigía, y Contimás y un servidor nos fuimos directos a por un par de tetillas (si es que tiran más...).
Luego decidimos que no solo de campo se alimenta el hombre, y menos si es de ciudad, y dejamos a la pareja de las hortalizas haciendo unas compras en un supermercado, mientras Contimás y yo observábamos el devenir de los parroquianos, de pies más ligeros de lo que cabía esperar, saludándose unos a otros. -Qué bonitas esas fachadas-, -cómo se parecen aquí todas las abuelas-, -si que tardan, no?-. Fíjense en las cosas que se fija uno cuando tiene frío y espera. Al borde de nuestra hipotermia, llegaron los compradores, y nos fuimos a tomar un tentempié calentito, para recuperar nuestras extremidades entumecidas. Comoo cuatro extrangeros, curioseábamos, hacíamos alguna foto... en fin, lo típico. Miss Xerba, con más pinta de foránea que ninguno, decidió pedir a un transeunte con poca prisa que nos sacara una foto. Un hombre relativamente joven, de andar tranquilo, que si titubear le espetó un no severo a la pobre, que se quedó consternada. Hasta el punto que le preguntó -No?- con voz de pena, a lo que el individuo ni se dignó a contestar. Al final, una señora con el brazo en cabestrillo nos inmortalizó, encantadora ella.
Recuperados del shock, nos fuimos a coger nuestro coche, rumbo A A Coruña.