Opereta en pequeñas dosis

Desde que tengo uso de razón y viajo en metro, recuerdo ver siempre a un personaje. Es un hombre de unos 80 años, impecablemente vestido, con aspecto de caballero galán y educado. Suele estar en Passeig de Gràcia. No tiene más equipaje que una bolsa de plástico, admirablemente plegada, con un botellín de agua, y un bolígrafo en la mano.
Este hombre, al que me he acostumbrado a fuerza de verlo siempre ahí, se dedica a ofrecer pequeñas entonaciones líricas. Es como un cantante de ópera en constante calentamiento. Hace un gorgorito, bien afinado, aunque con poca potencia (quizá en otros tiempos rompía cristalerías a gritos), seguido de una especie de ruido, parecido al que hacen los caballos cuando estan cansados (algo como brrrrrr, pero es difícil de expresar por escrito). Nunca lo he visto fuera de este contexto y siempre se emplea con entusiasmo. La gente se ríe de él, lo tratan de loco (bueno, no lo negaré, algo ido sí que está). A mi me parece entrañable. Una vez incluso salió en la tele.
El día que se muera (al pobre no le debe quedar mucho ya) la estación de metro de Passeig de Gràcia no volverá a ser la misma. Así que si por casualidad pasáis por ahí, no es extrañéis. Forma parte de lo cotidiano.